Despierto el día de hoy recordando que es
el Día de los Inocentes. Simplemente la idea
de habernos perdido a tantos niños el la historia
nuestra es suficiente para dejar a uno atónito.
Me imagino que entre los pesares humanos, no
hay alguno que pudiera doler tanto como la
pérdida de un niño. Ojalá tuviéramos los medios,
la inteligencia, el don de Dios, para cuidar a
nuestros hijos de modo que jamás perdiéramos
uno sólo. En éste, el Día de los Inocentes, quiero
también recordar a los padres porque ellos son
los que se queden aquí, tratándose de enfrentar
cada día sin poder ver la carita de su hijo, su
hija . . . sin ganas de vivir pero teniéndose que
seguir adelante por el resto de la familia, para
proveer para sus necesidades. Pienso en la madre
que se encuentra con los brazos vacíos, los pechos
llenos sin podérsele amamantar a su pequeño. Su
corazón destrozado . . . valientemente sigue
poniendo pan a la mesa, lavando la ropa, llorando
a mares cuando se encuentra una prenda de su
hijo ya descansando en paz. Nunca nos hemos
engañado con la idea que la vida es fácil, pero para
los que hayan perdido a un bebé, un niño, la vida
se presenta como la carga más pesado del mundo.
Recordémosles en nuestras plegarías porque ellos
son los verdaderos santos en este arduo camino
sin luz alguna.
luz de mi vida
en dónde te encuentras
extrañándote
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